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Intermediate2025-02-05

Mis mejores recuerdos de vacaciones

Un viaje que nunca olvidaré

Mis mejores recuerdos de vacaciones

Recuerdo claramente unas vacaciones que transformaron mis días de verano en algo mágico. Tenía diez años, y fue la primera vez que viajé con mis abuelos a la playa. En casa, siempre escuchaba historias sobre el mar. Mis abuelos, abuelos del campo, solían contarme sobre sus días junto a las olas. Yo estaba ansioso por ver todo lo que me describían. Era una aventura que no podía esperar.

Finalmente, el día llegó. Cargamos el coche con maletas, sombrillas y mucha comida. Aún recuerdo el olor de las galletas que mi abuela había hecho. Me gustaría poder tener esas galletas otra vez. El viaje fue largo. Miraba por la ventana, observando los campos verdes y las vacas. Cada kilómetro me hacía sentir más emocionado. "¿Cuánto falta?" pregunté varias veces, y mi abuelo siempre sonreía y decía: "Un poco más, chico. Pronto verás el mar".

Cuando llegamos a la playa, me sentí en un lugar de ensueño. La arena era dorada y suave bajo mis pies. El sonido de las olas me llenó de alegría. Corrí directamente hacia el agua, sentí el frío del mar; era refrescante. Mis abuelos me siguieron despacio, riendo y disfrutando. Mi abuela se quitó las sandalias y también corrió hacia el mar. Nunca la había visto tan feliz. Fue un momento especial, uno que atesoro en mi corazón.

Pasé horas jugando en el agua. Hice castillos de arena enormes, y un niño que conocí, llamado Pablo, vino a ayudarme. Juntos creamos una fortaleza con torres y muros. Pintamos la arena con conchas y piedras que encontramos. Cada vez que las olas rompían en nuestra construcción, y la destruían, yo reía y corría a recoger más arena. Aquel día, aprendí que no había que rendirse. Cada castillo caído era una nueva oportunidad.

Mientras jugábamos, mis abuelos tomaban el sol y hablaban. A veces abrían la nevera portátil y sacaban frutas y jugos. Recuerdo que, a la hora de almorzar, compartimos un picnic. Había sándwiches, fruta fresca, y mi abuela me dio un vaso de limonada. Me senté en la arena, bebiendo y mirando el mar. Era un paisaje perfecto. Azul, brillante, y lleno de vida. La gente jugaba, los niños corrían, y los adultos charlaban y reían. Todo era felicidad.

Después de comer, mi abuelo me enseñó a nadar. Nunca olvidaré sus instrucciones. "Ten confianza, y no te preocupes, estoy aquí", decía mientras me sostenía. Al principio, tenía miedo. Pero luego, con su apoyo, comencé a sentirme más seguro. Mis primeros movimientos en el agua fueron torpes, pero con su ayuda, logré flotar y luego nadar un poco. Esa sensación de libertad en el agua fue increíble. Sentí que podía ser un pez, nadando junto a otros en su hábitat.

A medida que pasaron los días, cada mañana era un nuevo descubrimiento. Recogía conchas y construía más castillos. A veces, mis abuelos me llevaban a pasear por la orilla. Encontrábamos pulpos pequeños y peces que nadaban cerca de la arena. Conversábamos sobre la vida, y me contaban historias de su infancia. Aprendí mucho de ellos en esos días. La playa, el mar y mis abuelos se convirtieron en mis mejores amigos. Las noches eran igualmente mágicas. En la playa, mirábamos las estrellas. Mi abuelo me enseñó a identificarlas y me dijo que cada estrella llevaba un deseo. Nunca olvidaré esas historias. Cada día en la playa era emocionante y lleno de nuevas experiencias. Un día, decidí que quería ser un explorador. Con mi cubo y pala, fui a diferentes partes de la playa para buscar tesoros. Encontré conchas de colores, piedras brillantes y incluso una estrella de mar. Cuando regresé, mostré mis hallazgos a mis abuelos, y ellos estaban tan emocionados como yo. Mi abuela me dijo que cada concha tenía una historia, y yo imaginaba viajes lejanos en el mar solo para encontrar esos pequeños tesoros.

Una tarde, mientras jugaba en la orilla, vi que un grupo de delfines estaba saltando en el agua. Llamé a mis abuelos, y todos nos sentamos en la arena, maravillados por el espectáculo. Los delfines eran como jugadores en un parque de diversiones, saltando y girando en el aire. Aquel momento me hizo sentir pequeño y grande al mismo tiempo, como parte de algo más grande que yo. Mis abuelos sonrieron y me dijeron que siempre hay belleza en la naturaleza.

Las noches eran mágicas también. Después de un día lleno de aventura, me quedaba mirando el cielo, iluminado por las estrellas. Mi abuelo me decía que las estrellas eran los sueños de los que habían vivido antes de nosotros. Me gustaba pensar que algunas de esas estrellas podrían ser mis sueños, esperando cumplirlos. Esa conexión con el pasado, con la historia de mi familia, me hizo sentir afortunado.

Al final de nuestra semana de vacaciones, sucedió algo que nunca olvidaré. Era nuestro último día en la playa, y la tarde estaba llena de una luz dorada. Mis abuelos y yo hicimos una gran fogata en la orilla. Mientras las llamas bailaban, contamos historias. Esta vez, yo era el narrador. Hice una historia sobre un niño que se convertía en un héroe del mar, ayudando a las criaturas marinas y salvando tesoros hundidos. Todos reían y me animaban. En esos momentos, entendí que contar historias era una forma de mantener vivas las memorias.

Cuando llegó la hora de irnos, sentí una tristeza profunda. Miré la playa y el mar una última vez. Mi abuela me abrazó y me dijo: "Siempre llevaremos este lugar en nuestros corazones". Y tenía razón. Desde ese día, cada verano, la playa estuvo en mis pensamientos.

Después de aquellas vacaciones, volví a casa con más que solo recuerdos. Aprendí mucho sobre la vida, la familia y la importancia de disfrutar cada momento. Mis abuelos me enseñaron a ser curioso y a buscar la belleza en cada experiencia. También entendí que el amor y las risas se pueden encontrar en los momentos más pequeños: en un picnic, en la arena o bajo un cielo estrellado. Ahora, cuando pienso en aquellas vacaciones, me siento agradecido. La playa ya no es solo un lugar; es un símbolo de amor, aventura y felicidad. Estas vacaciones me transformaron y me hicieron entender que cada verano puede ser mágico, siempre que estemos rodeados de las personas que amamos. Esos recuerdos son tesoros que guardo en mi corazón, y sé que algún día, cuando tenga mis propios hijos, les contaré todas las historias de aquel verano en la playa.

Quiz

¿Cuántos años tenía el narrador durante sus vacaciones en la playa?

¿Qué hizo el abuelo del narrador para ayudarlo a aprender a nadar?

¿Cómo se sentía el narrador al ver a los delfines saltando en el agua?