Cuentos de hadas y sueños
Un cuento de hadas donde los sueños se hacen realidad
Había una vez, en un reino lejano, un mito. Todos decían que los dragones eran feroces y malvados, pero en realidad, no todos los dragones son así. En el corazón del bosque encantado, vivía un dragón llamado Dulcino. Dulcino era diferente. No era feroz ni malvado. Era amable y soñador. Le encantaba ver las estrellas cada noche y contar historias a los animales del bosque. Los ciervos, las mariposas y las aves le escuchaban con mucha atención.
Un día, una princesita llamada Sofía vivía en un castillo cercano. Sofía soñaba con aventuras. Por la mañana, miraba por la ventana y deseaba ver algo emocionante. Sofía quería saber más sobre los dragones, pero su madre siempre decía: “Los dragones son peligrosos. Quédate lejos de ellos”. Sofía no estaba convencida. Era muy curiosa y soñadora.
Una tarde, mientras exploraba el bosque, Sofía escuchó un suave rugido. Se acercó y vio un brillo dorado entre los árboles. Al acercarse más, Sofia vio a Dulcino. El dragón tenía escamas brillantes y ojos enormes y gentiles. Sofía se asustó al principio, pero Dulcino no parecía peligroso. El dragón sonrió.
“Hola, pequeña princesa. Soy Dulcino, el dragón soñador,” dijo el dragón con una voz suave.
Sofía no podía creerlo. “¿Eres un dragón? ¡Pensé que los dragones son malos!”
Dulcino rió, unas risas ligeras como campanillas. “No todos los dragones son malos, Sofía. Muchos son como yo, y tienen sueños y deseos.”
“¿De verdad? ¿Qué sueñas tú?” preguntó Sofía.
“Yo sueño con volar alto en el cielo, bailar con las nubes y jugar con los rayos de sol,” dijo Dulcino. “Pero me siento solo aquí. No tengo amigos.”
Sofía sintió tristeza por Dulcino. “Yo puedo ser tu amiga,” dijo con una sonrisa grande. “Podemos tener aventuras juntos.”
Desde aquel día, Sofía y Dulcino se encontraron cada tarde. Jugaban entre los árboles y exploraban el bosque. Sofía montaba en la espalda de Dulcino, y juntos volaban por los cielos. Sentía el viento en su cabello y la alegría en su corazón.
Los días pasaron y su amistad creció. Dulcino contaba cuentos de estrellas y de tierras lejanas. Sofía le contaba historias sobre el castillo y los caballeros. Ambos se reían y soñaban juntos. Sofía aprendió que no todos los dragones son peligrosos. Dijo a Dulcino que él era especial. “Eres el mejor dragón, Dulcino,” decía ella.
Sin embargo, un día, una noticia llegó al castillo. Un caballero valiente, llamado Sir Eduardo, escuchó sobre un dragón en el bosque. “Yo voy a salvar a la princesa,” dijo. “Voy a luchar contra el dragón.”
Sofía se asustó. “¡No, por favor! Dulcino no es malo. Es mi amigo. No lo lastimes.”
Pero Sir Eduardo no escuchó. Montó su caballo, con su espada brillante, y se dirigió al bosque. Sofía corrió detrás de él. “¡Espera! ¡No lo lastimes!” gritó. Sofía pugnaba por proteger a Dulcino porque lo conocía y sabía que su corazón era amable. Sir Eduardo llegó al bosque. La brisa soplaba suavemente y las hojas susurraban. Él miraba a su alrededor, buscando al dragón. Sofía llegó corriendo, llena de miedo. "¡Por favor!" gritaba, pero Sir Eduardo no la escuchaba. Él veía el brillo dorado de Dulcino entre los árboles. La valentía del caballero creció en su pecho. Pensó que tenía que salvar a la princesa, aunque no entendía que Sofía tenía un amigo especial.
"¡Dragón!" llamó Sir Eduardo, con su espada levantada. Dulcino, asustado, salió de su escondite. Al ver al caballero, sus ojos se llenaron de tristeza. No quería pelear. Solo quería disfrutar del cielo y la compañía de su amiga.
"¡Espera!" gritó Sofía. Corrió entre los árboles y se puso frente al dragón. "Sir Eduardo, no lo hagas. ¡Dulcino es mi amigo! Él no es peligroso."
El caballero miró a Sofía con sorpresa. "¿Tu amigo? Pero... Es un dragón. Todos dicen que son malos. Estamos en peligro."
Sofía lo miró fijamente. "No es cierto. Dulcino es amable y soñador. Él me ha mostrado la magia del bosque. Y nunca me ha lastimado. Tú no lo conoces. ¡Dulcino, cuéntale!"
Dulcino dio un paso adelante, temblando. Con voz suave, dijo: "Hola, Sir Eduardo. Yo solo quiero ser amigo de Sofía. Sueño con volar y contar historias. No soy un dragón feroz."
Sir Eduardo parpadeó, confundido. Tal vez no todos los dragones eran lo que parecían. Sofía vio la duda en sus ojos y decidió hacer algo especial. "Dulcino, muéstrale lo que podemos hacer juntos."
Dulcino asintió y comenzó a girar en el aire. Alzó el vuelo, y con un gran salto, voló alto. Sofía subió en su espalda, y juntos se elevaron entre las nubes. Sir Eduardo quedó asombrado y miró cómo el dragón danzaba en el cielo. Las nubes blancas parecían abrazar a Sofía y Dulcino.
"¡Increíble!" exclamó Sir Eduardo. "Nunca he visto algo así. ¿Es verdad? ¿Los dragones pueden ser amigos?"
"Sí," dijo Dulcino mientras aterrizaban. "Puedo ser amigo de los humanos. Pero necesito valor y amor."
Sofía sonrió y tomó la mano de Sir Eduardo. "Dulcino es un dragón especial. Por favor, no lo lastimes. Él tiene un corazón grande."
Sir Eduardo se sintió en paz al ver la amistad entre los dos. Sirvió su espada y sonrió. "Lo siento, Dulcino. No sabía que eras amigo de Sofía. Me equivoqué. Pero ahora entiendo."
Dulcino sonrió con alegría. La amistad entre ellos creció, y pronto todos en el castillo supieron de la maravillosa relación. Las princesas, caballeros y animales del bosque se reunían para escuchar a Dulcino contar historias y ver cómo Sofía volaba con él por los cielos.
El bosque encantado se llenó de risas y música. Sofía, Dulcino y Sir Eduardo hacían piqueniques y exploraban juntos. La magia de la amistad unía sus corazones.
Y así, la leyenda de Sofía y Dulcino se propagó por el reino. No solo había una princesa y un dragón. Había un caballero que aprendió a no juzgar. Juntos vivieron felices, disfrutando de aventuras y sueños. Sofía le decía a Dulcino que siempre sería su amigo, y Dulcino prometió que siempre cuidaría de ella.
Y así, en un reino no tan lejano, los cuentos de hadas se hicieron realidad. Todos aprendieron que la amistad trasciende diferencias, y hasta los dragones pueden ser dulces y soñadores.
Fin.